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SINDROME DEL NIDO LLENO


Tal vez no sean grandes tus hijos pero recortá, guardá, lee esta nota donde Sergio Sinay responde a unos padres sobre el momento donde los hijos empiezan a dejar el hogar.

Escuché en una película hace poco que un papá le decía a su hija adolescente: "Las familias son como un archipiélago, todos partes de un todo, pero todos separados". Me pareció impecable definición de esas diferenciaciones e independencias que deben desarrollarse en cada uno de nosotros para poder conformarnos como personas, siendo la familia el lugar por excelencia para fomentar esa autonomía. Los padres somos los primeros que debemos incentivar estos movimientos de individuación.

..."Amar para que se puedan ir, creando vínculos y no ataduras"...

LOS NIDOS LLENOS

CONSULTA: Mi esposo y yo hemos tratado de ser padres presentes en la vida de nuestros hijos. El mayor se mudó hace unos meses con su novia, y vemos que se aleja de sus afectos. ¿Qué hacer para respetarlos en su intimidad, y lograr que no se pierda la relación? MarÍa Nin

RESPUESTA: Aunque se conoce como Síndrome del Nido Vacío al que se registra cuando los hijos emigran, acaso haya que rebautizarlo como Síndrome del Nido Lleno. Cuando está completo, el nido familiar suele crear cierta ilusión de eternidad, de que es posible detener el tiempo en una imagen: todos juntos para siempre bajo un mismo techo, repitiendo cotidianidades en un clima de afecto invariable. Esa eternización podría ser posible si la tarea y el compromiso de criar y educar a los hijos no tuviera una razón última y trascendente: soltarlos.

La misión está cumplida cuando tras haber estado presentes, tras haber transmitido valores, modelos de vínculos y el estímulo y las herramientas para que puedan construir vidas responsables, vemos cómo ellos se internan en el mundo para consagrarse como seres autónomos. Si la tarea se ha cumplido a conciencia, al final de la adolescencia (lo que acontece hacia los 20 años y no a los 30) ese segundo alumbramiento ya es posible, deseable y aconsejable. Y si se produce, los padres verán con satisfacción como sus hijos se forjan a sí mismos como adultos, y ellos mismos, como padres, podrán descubrir de qué manera la experiencia los enriqueció y transformó. Como bien dicen Jaume Soler y Mercé Conangla (creadores de la Ecología Emocional) en su libro Ámame para que me pueda ir, se trata de crear vínculos y no ataduras.

Hijos que viven sus propias vidas y no las de sus padres, padres que tras cumplir su misión encuentran o recuperan caminos de exploración existencial que les permitan seguir indagándose como seres humanos en toda la amplitud de su condición. Esto sólo puede ocurrir cuando se crean en el nido nuevos espacios, no cuando éste permanece siempre lleno...

Sergio Sinay


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